6.3.11

Deconstrucción Emocional

A partir de un dibujo ideográfico, sin necesidad de programa, Goeritz decidió dejar a un lado el funcionalismo y construir de un modo más simbólico dándose cuenta que el hombre solo puede volver a considerar la arquitectura un arte recibiendo emociones verdaderas de ésta para así crear el Museo Experimental del Eco (1953).

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Goeritz logra esto mediante muros altos de 7 a 11 metros, con un pasillo alargado que se va estrechando junto con las duelas de los pisos para generar una sensación de profundidad y crear una perspectiva en un punto donde habría una escultura, “un grito” que generaría un “eco” que tendría que ser escuchado por todos los artistas.

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Por otra parte se creó un patio grande que culminaría con la emoción obtenida desde la entrada, que serviría como espacio para esculturas al aire libre, delimitado por la única ventana en forma de cruz. Otra pieza fundamental de este patio es un muro alto amarillo que sirve como elemento escultórico. “Como un rayo del sol que entra en el conjunto donde no se hallan otros colores más que blanco y gris.”[1]. Así mismo dentro de este patio existía la escultura de “La Serpiente”, una obra característica de Mathias Goeritz originada a partir de las graficas de temperaturas e “impregnada del sentido teatral del Gabinete del Dr. Caligari.” Una película considerada como la pionera del cine expresionista alemán.

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Finalmente en el interior se encuentra un muro alto y negro despegado de los otros muros que crea una sensación de altura exagerada fuera de la escala humana.

Simultaneo a la construcción del museo, Goeritz escribe su manifiesto de arquitectura emocional donde afirma:

“Nada se ha enfrentado al problema de que el hombre de nuestro tiempo aspira a algo más que una casa bonita, agradable y adecuada. Pide de la arquitectura y de sus medios materiales modernos, una elevación espiritual; simplemente dicho: una emoción, como se la dio en su tiempo la arquitectura de la pirámide, la del templo griego, la de catedral románica o gótica.”[3]

Después de revisar los elementos encontrados en el Museo del Eco, pasaremos a la segunda fase de la arquitectura emocional de Goeritz, plasmada en la Torres de Satélite, diseñadas junto con Luis Barragán.

En esta etapa Goeritz no se preocupa por el espacio habitable si no por el espacio visible a lo lejos, inspirado en las Torres de San Gimignano y el skyline de Nueva York crea las Torres de Satélite (1958), aunque un poco distanciadas del proyecto original, terminan cumpliendo su deseo principal, ser una catedral conceptual. Como mejor lo hubiera dicho Goeritz “Son al mismo tiempo pintura, escultura y Arquitectura Emocional”[4]

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Dos años después de la creación de las torres, Goeritz escribe un manifiesto en el MOMA de NY titulado “¡Deténganse!”. Un escrito donde plasma su decepción ante el arte de la época, donde busca un arte espiritual. En dicho manifiesto Goeritz opina acerca de Nietzche afirmando “que es difícil creer que DIOS fue declarado muerto, se torna más fácil vivir sin DIOS, sin catedrales, sin amor” y afirma que “el hombre no está hecho solo para racionalizar, el hombre está hecho para tener fe”.[5]

En este mismo año en su manifiesto “El arte oración contra el arte mierda” describe los defectos del arte de la época y entre ellos describe el arte mierda como el funcionalismo vulgar, el racionalismo pretensioso y el individualismo.

Finalmente para dejar en claro la ruptura con el funcionalismo, Goeritz junto con otros “hartistas” como Pedro Friedeberg, José Luis Cuevas y Chucho Reyes, escriben “estamos hartos”, donde además de retomar sus descripciones anteriores, reconoce que se debe empezar otra vez, que se debe de creer sin preguntar en que y sobre todo en intentar que la obra del hombre se vuelva una oración.

Una de las últimas obras colaborativas de Mathias fue “La Ruta de la Amistad” diseñada para las olimpiadas de 1968 donde se interesa la percepción de las obras en movimiento para contrarrestar la monotonía de la carretera y darle identidad a ésta.

Ahora ya analizada la obra de Goeritz es tiempo de crear los lazos entre los estos espacios y la arquitectura contemporánea deconstructivista. Para esto necesitamos recordar los ángulos quebrados del museo del eco, el juego de luces y sobre todo el fin metafísico y emocional que el espacio genera. Así mismo, El Museo Judío de Berlín (1989-1999) y el Museo Judío de Copenhagen, obras del arquitecto alemán, Daniel Libeskind, buscan generar sentidos de profundidad en sus escaleras principales, sus espacios internos se vuelven estrechos.

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El Museo Judío de Berlín es metafísico, es un juego experimental debido a que es el primer proyecto de Libeskind, busca crear emociones desde la forma en que se piensa el acceso hasta el jardín conmemorativo. Libeskind logra una arquitectura emocional gracias al manejo correcto de la luz y de la dimensión del espacio.

En cuanto a la forma del museo notemos la semejanza entre sus ángulos quebrados y la geometría de “La Serpiente”, ambas con una expresión agresiva e inquieta, tanto el museo como la escultura son de metal y tienen una gran monumentalidad en el espacio, uno es habitable y la otra es escultórica, sin embargo, revisando a fondo los proyectos de Libeskind veamos el símbolo creado para la ciudad de Uozu en Japón, ¿no es acaso esta escultura rojiza similar a la obra de Goeritz con sus posiciones ascendentes y descendentes?.

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De igual forma Libeskind experimenta con la apreciación del color y las formas en movimiento con su proyecto “Westside” en Suiza, donde desde la carretera se pueden apreciar unos toboganes rojos que “serpentean” al costado del edificio llenando de dinamismo y energía la autopista.

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A nivel personal existen relaciones entre Libeskind y Goeritz, ambos arquitectos alemanes de ascendencia judía llevan su espiritualidad y su fe a la arquitectura. Tanto en sus manifiestos como en sus obras, Mathias Goeritz resalta la necesidad de tener una creencia para darle un sentido al arte. Así mismo Daniel Libeskind en su libro “Breaking Ground” narra la relación entre el judaísmo y sus obras. No cabe duda que intencionalmente o no, la arquitectura de Libeskind es por excelencia la arquitectura emocional del siglo XXI. 

 


[1] Cuahonte, Leonor. El Eco de Mathias Goeritz. Universidad Autónoma de México. México. 2007.

[2] Goeritz Mathias. Mathias Goeritz: Arquitectura Emocional. Instituto Nacional de Bellas Artes. México 1984.

[3] Cuahonte, Leonor. El Eco de Mathias Goeritz. Universidad Autónoma de México. México. 2007.

[4] Cuahonte, Leonor. El Eco de Mathias Goeritz. Universidad Autónoma de México. México. 2007.

[5] Cuahonte, Leonor. El Eco de Mathias Goeritz. Universidad Autónoma de México. México. 2007.

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